lunes, 29 de marzo de 2010

¡No Me Hagas Reir!

¿Un Problema Difícil?

Por Tercera Cultura día 29 Marzo, 2010
Por Arcadi Espada(Publicado en El Mundo, 27 Marzo, 2010)
Querido J:
Entre los libros que me han quitado el sueño, es decir, uno de esos raros que te hacen soñar, van a estar siempre estas Conversaciones sobre la conciencia que Susan Blackmore publicó hace cinco años y que Francesc Forn acaba de traducir ahora con mucha competencia para la editorial Paidós. Susan Blackmore es escritora y psicóloga y probó del fruto prohibido durante una vida anterior como magufa, versión parapsicóloga, por lo que sus incertidumbres sobre la unidad de el yo Susan Blackmore están plenamente justificadas. Durante cinco años y aprovechando descansos entre coloquios sobre el cerebro y citas en desolados pasillos universitarios entrevistó a muchos de los científicos que tienen algo que decir sobre el asunto. Llegó a 21. Hay grandes apellidos indiscutibles: Crick, Churchland, Dennett, Searle. Se echan a faltar Dawkins, Kandel, Minsky, Pinker o Rizzolatti. No hay una sola página del libro que no tenga alguna línea de interés. Buena parte del éxito se debe al planteamiento de la escritora, que encaró a todos frente a los mismos asuntos, y que siempre empezó las conversaciones con la misma pregunta: «¿Cuál es el problema de la conciencia?» El método facilita la organización de un debate muy sutil y animado entre los conversadores, como si estuvieran juntos aunque hablando uno después de otro o interrumpiéndose de una manera… cuántica. Silabeante aparece la propia Blackmore, con gracia y pedagogía, dejando ver en sus repreguntas una entrevista y un punto de vista más. El comercio ha hablado de este libro en los sobados términos divulgativos. Nature dijo que se trataba de un magnífico libro de texto. Algo parecido ha dicho Punset. No me parece adecuado. El comercio tiene vicios y uno ridículo (socráticamente ridículo) es considerar que un libro de entrevistas tiene que ser ligero. La lectura de estas conversaciones no es fácil, a poco que se lea en serio, es decir poniendo más que un alma de glosario. Pero uno está harto de facilidad y de lubricantes. El libro es una de esas líneas vigorosas con que se va escribiendo el thriller de la vida. No puede ser fácil. Voy a resumirte algunos temas claves, y así no tienes que levantarte.
La primera cuestión es el dualismo. Se trata de una idea muy popular. Hace un tiempo la revista Edge convocó a su famosa pregunta con el clarín: «¿Cuál es tu idea peligrosa?» Si hubieran preguntado por la idea (falsa, digo yo) más incrustada en el hombre la respuesta habría de ser el dualismo cartesiano, es decir, la existencia de dos entidades separadas (mente y cuerpo). Uno de los rasgos fascinantes de la conversación de Blackmore es observar cómo el dualismo reaparece en el mismo corazón de los científicos. Por ejemplo en las posturas que mantienen David Chalmers y el matrimonio Churchland. El primero dice que, aun en la hipótesis de que todas las funciones cerebrales queden algún día descritas, aún habrá algo que explicar; y ese algo es la conciencia, es decir la experiencia subjetiva del rojo, del dolor o del olor del café. Los Churchland lo niegan con ademán enérgico: la conciencia sólo ES esos procesos cerebrales y cuando queden aclarados el llamado «problema difícil» —exitoso copyright de Chalmers que alude a la dificultad de entender cómo tejidos cerebrales (objetivos) dan lugar a experiencias (subjetivas)— quedará aclarado también. Ya sabes que mi furioso materialismo, tan matrimonial por otra parte, está con los Churchland; pero aun tratando de ser imparcial lo cierto es que resulta fácil advertir en el discurso de Chalmer la vieja creencia de que debe-haber-algo-más. De ese dualismo más o menos enmascarado se deriva también una grave consecuencia epistemológica: Chalmer insinúa que «el problema difícil» no podrá resolverse jamás. Pat Churchland encuentra ridículo ese pesimismo. La inteligente e intensa señora Churchland, que no tiene apego a declarar que prefiere navegar en bote por los rápidos que ir a un museo.
El segundo problema emergente es el libre albedrío, es decir, la capacidad de los hombres para decidir sus acciones. Si eso existe o no. Una gran mayoría de los conversadores opina que no existe y que todas las decisiones humanas están determinadas por sucesos biológicos y culturales (genes y memes) que vienen de atrás. Pero, llamativamente, todos ellos dicen vivir como si la libre elección existiera, porque un mundo sin la ilusión de la decisión les parece insoportable, moral y estéticamente. Sobresale la respuesta del físico Kevin O’Regan, un tipo realmente interesante especializado en los fenómenos de la percepción.
Sue: ¿Crees que tienes libre albedrío?
Kevin: Sí, como todo el mundo. Incluso los robots creen que tienen libre albedrío, aunque no lo tengan.
O’Regan, que se las da de robot y que cree que la conciencia sobrevivirá a la muerte porque el hombre será capaz de trasladarla a un ordenador (aunque, lamentablemente, no dice nada de que pasará con MI conciencia), da a entender, con elegancia y humor, que la dotación biológica humana incluye la ilusión de la libertad. En este punto me parece mucho más convincente que ninguna la opinión de la propia Susan Blackmore que afirma vivir, «tranquilamente», sin libre albedrío. Comprendo y comparto esa tranquilidad: al fin y al cabo yo puedo disfrutar mucho viendo una película en cuyo desarrollo sé, lógicamente, que no podré intervenir. La única condición exigible es que se trate de una buena película. El físico y psicólogo Daniel Wegner traza una buena analogía: la asunción de que el libre albedrío no existe puede dar una sensación muy parecida a la que otorga la creencia religiosa: «La base de muchas religiones es la paz que emana de sentir que no se tiene el control, de ser capaz de ceder el control de ti a tu dios.»
Ya observarás que el libro está cargado de humor y carácter, de réplicas y de agudezas constantes. Sólo hay un momento de una cierta gravedad y servirá para que te enuncie el último asunto de esta reseña, que tanta pena me da porque no hay forma en un buen libro de cortar por lo sano. Habla el filósofo Thomas Metzinger y su respuesta ocupa casi cuatro páginas, la única de esas características. «La cuestión es si puede tener lugar una desmitificación de la mente humana sin un desemembramiento de la sociedad. Lo que ha mantenido unidas a nuestras sociedades y nos ha ayudado a comportarnos han sido las creencias metafísicas en Dios, el psicoanálisis u otras religiones sustitutivas.» Metzinger se pregunta, en fin, si puede existir Humanidad sin engaño. Supongo que tendrás, como yo, la tentación de responderle que esa fue también la pregunta de Galileo y que el hombre sobrevivió. Respóndele tú. Yo no acabo de atreverme. Creo que el de Galileo no dejaba de ser el problema fácil.
Sigue con salud
A.
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Un Comentario a “Un problema difícil”

anónimoMar 29th, 2010 - 17:13
Soy juez y me gustaría saber,en el caso de que las cosas fueran como dice el sr. Espada, qué cimientos sustentarían el sistema judicial.

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