lunes, 15 de noviembre de 2010

Crisis de la Psicología

Crisis de la psicología: ¿singular o plural?
Aproximación a algo más que un concepto historiográfico

Antonio Caparrós

Desde la constitución de la psicología como disciplina independiente los psicólogos no se han conformado con producir conocimientos científicos. Además han proclamado insistentemente que son científicos. Y al mismo tiempo paradójicamente nunca han faltado entre ellos quienes al contemplar la psicología en su globalidad han reconocido en ésta una disciplina en crisis. En este sentido la crisis de la psicología es un tema siempre recurrente y tan viejo como ella. Algo que no ha sido tenido en cuenta en los intentos de análisis historiográficos del desarrollo de la psicología mediente los conceptos de Kuhn.

Palabras clave: crisis de la psicología, historia de la psicología,paradigmas científicos

Desde los años 70 y en relación con la pretendida vigencia de la ya no tan nueva filosofía de la ciencia en el ámbito psicológico, las panorámicas históricas de la psicología giran alrededor de algún o algunos breves períodos identificados como crisis. Lo que es raro en éstas es la explicitación temática de que el proceso histórico constitutivo de la psicología científica haya sido un proceso desarrollado por una comunidad en la que sus compromisos y logros científicos han sido tan ininterrumpidos como su propia conciencia de crisis. Esa explicitación es el objeto de las siguientes páginas.

Los inicios de la psicología experimental

La historiograña soviética ha sido particularmente sensible a esta conciencia de crisis. Y al rastrear sus manifestaciones las ha hallado numerosas en la psicología alemana, parte de una cultura muy propensa en su pasado inmediato a hablar de crisis de la ciencia, de la filosofía y hasta de la «civilización» occidental.

Así Jaroschevski (1975) ha señalado que la primera monografla sobre el tema se debe a R. Willy, quien la publicó en 1899 con el título Die Krisis in der Psychologie. Dos años antes había publicado en la Vierteljahresschrift für wissenschaftliche Philosophie un artículo con el mismo nombre. Willy seguía las tesis presentadas por E. Mach (1896) en Die Analyse der Empfindungen und die Beziehung des Physischen zum Psychischen (El análisis de las sensaciones y la relación de lo físico con lo psíquico). Mach había tratado de superar las contradicciones entre la psicología y las ciencias naturales. Ya entonces la legitimacion de la psicología frente a éstas no pasaba sólo por la mostración de sus logros y se convirtió en una tarea añadida que los psicólogos tuvieron que afrontar de forma explícita. El problema y la naturaleza de las muy diversas soluciones propuestas fueron determinantes de la conciencia de crisis de la psicología durante varias décadas.

Willy establece un diagnóstico claro de la crisis: la psicología resulta impresentable frente a las ciencias naturales por causa del dualismo, origen de interminables debates entre los psicólogos y metodológicamente funesto. La solución que propone es tomar la sensación como elemento básico, constitutivo único de la conciencia y de la materia. Wundt era objeto de fuertes críticas corno principal formulador del dualismo. Lo malo es que la solución machiana de Willy no pasó de ser una manifestación más de la crisis. Como ocurría con las de Brentano, Stumpf y Dilthey. O con las más positivistas de Titchener, Müller y Ebbinghaus, más próximas a la de Mach pero diferentes de ésta y entre sí mismas. Y lo mismo cabe decir de las propuestas de los funcionalistas americanos o de Kulpe, cuya cercanía inicial a Mach pronto se diluyó.

Ch. Fritsche (1980) señala que entre los dos escritos de Willy, en 1898, el Philosophisches Jahrbuch publicó otro trabajo con idéntico título: Dic Krisis in der Psychologie. Su autor era C. Gutberlet quien tras arrancar de la misma constatación crítica que Willy llegaba a conclusiones muy diferentes. La crisis procedía de la forma como la psicología experimental pretendía relacionarse con la filosofía: áquella como fundamento de ésta. Según Gutberlet sólo la vieja metafísica de las sustancias podía salvar a la psicología del psicologismo y del subjetivismo. Solución propuesta al margen, lo decisivo en Gutberlet es su ubicación de la crisis: la legitimación de la psicología experimental frente a los filósofos, segundo gran reto de los psicólogos, en particular los de lengua alemana. Y es que aquellos psicólogos nunca dejaron de ser profesores de filosofía que cultivaban la ciencia experimental en orden a la fundamentación empírica de la crítica del conocimiento en el marco del neokantismo dominante. Muchas son las páginas e investigaciones que Wundt, Müller, Stumpf y compañía dedicaron con poco éxito a esta segunda tarea añadida, siempre inacabada y tan generadora de crisis corno la primera (Ash, 1985).

W. Stern publicó en 1900 un largo trabajo en dos artículos sobre «el trabajo psicológico del siglo XIX» revelador de la viva conciencia de crisis que embargaba a la laboriosa comunidad psicológica. Escribe Stern tras una década plena de polémicas sobre objeto, método, estatus, supuestos teoréticos y relevancia práctica de la psicología. Y todo con el transfondo de la gran controversia acerca de su identidad como ciencia de la naturaleza o del espíritu. Pero también una década de palpables avances experimentales. Stern recogía ambos aspectos y tras constatar el gran incremento de conocimientos psicológicos experimentalmente acumulados enfatizaba el particularismo y falta de sistematización que los caracterizaba, pluralismo teórico al margen. «Hay muchas psicologías nuevas, pero no la nueva psicología», escribe. Poco nos interesa la solución integradora que apunta: una psicología con sujeto que sistematice los resultados experimentales de las investigaciones sobre las funciones y aptitudes psíquicas. Importante es que el balance de Stern anticipe lo que de una forma u otra han establecido una y otra vez, hasta nuestros días, posteriores balances generales. No sólo Ash ha señalado que los psicólogos se organizaron muy pronto como scientific community pero, aparte de su voluntad positiva de ser científicos, lo que les ha unido internamente y respecto a otras comunidades es más bien algo «negativo».

Esta conciencia de crisis aparece igualmente en la ya rica literatura norteamericana de finales del XIX e inicios del XX. Los escritos de Titchener y de los pujantes funcionalistas están salpicados de controversias y pasajes que explicitan un discurso de crisis que reaparece continuamente y que hace referencia a lo que ocurre a ambos lados del Atlántico. En todo caso, seguía viva la opinión de W. James en los Principios: la psicología era algo así como «un montón de material empírico en bruto, una considerable discrepancia de opiniones».

La entrada en el siglo xx

La entrada en el nuevo siglo no cambió las cosas. De forma concentrada el Psychological Bulletin ofreció desde 1904 a 1913 el testimonio vivo de una crisis que no lo era menos. Sería en una serie de artículos anulaes que durante ese periodo escribió E.F. Buchner con el objetivo de presentar en cada uno de ellos una panorámica de lo ocurrido en la psicología durante el año anterior. Como señala Leahey (1980), son un testimonio bien documentado de «crisis prolongada», uno más entre los muchos similares aparecidos entonces en el seno de una comunidad dominada por la incertidumbre acerca de si lo que hacía era realmente una ciencia. Buchner constata, en cualquier caso, que 1903 y 1904 habían estado muy marcados por una revisión generalizada de los objetivos, métodos y conceptos fundamentales de la psicología así como por una crisis profunda del estatus de la conciencia. Y que 1907 fue para la psicología una especie de período de transición caracterizado por una rebelión contra términos psicológicos tan tradicionales y consagrados como conciencia, sentimiento y sensación. De 1911 destaca la continua lucha sostenida por algunos psicólogos en pos del logro de una mínima claridad sobre lo que es el objeto de la psicología. Y mientras en 1912 escribe de la crisis permanente que afecta al objeto de la psicología, en 1913 se refiere a los continuados ataques a la introspección. Tono preconductista, si se quiere, pero, en definitiva, incontenida conciencia crítica.

Arraigado en Francia, en 1911 N. Kostyleff escribe en París una tan interesante como sorprendente monografía publicada en España once años después: La crise de la psychologie experimentale. Tres décadas después de sus inicios wundtianos y ya introducida la psicología experimental en Francia, Italia y EEUU, Kostyleff decide hacer «un esfuerzo de crítica y de concentración» en lugar de seguir adelante por las inciertas y múltiples vías que se han abierto en ella. Considera que cuanto más avance y acumulación de conocimientos experimentales tanto mayor es la incertidumbre sobre el camino a seguir. Señala Kostyleff que los trabajos seguían «tan fragmentarios y separados como al comienzo», además de caracterizarse por la imprecisión de objeto y la falta de «unidad de sucesión». Justo el hecho de que la investigación psicológica abandonara bruscamente sus categorías y las sustituyera sin más por otras del todo diferentes fue lo que llevó a Kostyleff a pensar «en una verdadera crisis en el desenvolvimiento de la psicología experimental». No podía entender, por ejemplo, cómo investigaciones plenamente vigentes sobre umbrales, tiempos de reacción y correlatos fisiológicos, estaban siendo bruscamente sustituidas por unas aplicadas en Francia y otras de nuevo metafísicas en Alemania.

No nos detendremos más en el análisis del escrito de Kostyleff, por lo demás una obra bien documentada con amplio conocimiento de la psicología europea no alemana incluida la rusa. Recogeremos sólo un par de sus referencias en orden a nuestros objetivos. La primera es el informe presentado por E.B. Titchener al Congreso Internacional de las Ciencias en San Luis (1904). Tras recorrer la bibliografía de Psychological Review y de Zeitschrift für Psychologie und Physiologie der Sinnesorgane afirmaba el psicólogo británico que el gran desarrollo de los conocimientos psicológicos en los últimos veinte años no había hecho posible una ciencia plena y homogénea de los fenómenos psíquicos. Ningún psicólogo o escuela podía ni de lejos establecer un sistema de los trabajos enumerados por aquellas revistas.

Posteriormente, escritos de Titchener abundarían en lo mismo. La segunda es «Le bilan de la psychologie en 1908», artículo de A. Binet aparecido en L'anne psychologique (1909). También enfatizaba la dispersión y diversidad de procedimientos tan diferentes como independientes entre sí. Los resultados así obtenidos eran tan numerosos como heterogéneos y desiguales.

También la Rusia presoviética proporciona testimonios similares. Constan en Psijologuia (1914), publicada en Moscú por N.N. Langue, psicólogo experimental y profesor de la Universidad de Odesa, frecuentemente citada en los escritos de Vygotski. La revisión de las teorías psicológicas llevaba a Langue a la conclusión de que la psicología carecía de un sistema reconocido por todos, de que cada proceso psíquico presentaba una apariencia diferente en función de los sistemas en que se categorizaba: «Ebbinghaus o Wundt, Stumpf o Avenarius, Meinong o Binet, James o G. E. Müller». Para él la situación de la psicología era comparable a la de Príamo en las ruinas de Troya. Su crisis era de fundamentos, similar a un terremoto o al hundimiento de la alquimia, a la que no pudieron salvar los numerosos experimentos válidos de los viejos alquimistas.

Lo que le trajo el siglo XX a la psicología alemana agudizó la conciencia de crisis. Determinante fue la escuela de Würzburg. Quede claro, no obstante, que sus efectos críticos alcanzaron a toda la psicología y de hecho así es recogido en los escritos que acabamos de mencionar en este apartado. Interesante es que O. Külpe, alejado de sus primeras posiciones, creyera que con los resultados allí obtenidos podía construir una vía intermedia de tipo experimental entre el positivismo y el neokantismo, entre los «contenidos» y los «actos», entre las «sensaciones» y las «intenciones», entre las «ciencias de la naturaleza» y las «ciencias del espíritu». Grandes dilemas en que se movía la psicología a comienzos de siglo y que, como repetía Münsterberg, hacían que menos que nunca se pudiera saber qué era la psicología por mucho que fuera cierto que el conocimiento particular sobre los hechos psíquicos fuera el máximo jamás alcanzado. Creía Külpe, además, como sus discípulos Messer y Bühler, que una interpretación husserliana de los trabajos de Würzburg demostraría la relevancia de la psicología experimental para la filosofía, orientada por los neokantianos hacia el establecimiento de reglas lógicas para las ciencias del espíritu y de normas éticas para la vida práctica de unas clases medias y altas muy tambaleadas. El intento era la antesala de la gran tormenta que se avecinaba (Ash, 1985).

La desencadenaron los neokantianos cada vez más en contra de la presencia de la psicología en el dominio de la filosofía. Como ciencia natural no le aportaba nada a ésta ni a las ciencias del espíritu. El detonante fue la llamada a dos psicólogos experimentales para dos importantes cátedras de filosofía en 1912: N. Ach para la de Königsberg y E.R. Jaensch para la de Marburg. Ante esto, a iniciativa de Rickert, ciento siete filósofos universitarios -dos tercios de los activos- firmaron una declaración contra la ocupación de «sus» cátedras por psicólogos. Se publicó en las revistas especializadas, se envió a los ministerios y apareció en la prensa. Las prontas y múltiples respuestas reflejan una fuerte crisis. Además de una de K. Marbe defendiendo el significado de la psicología para las ciencias y la praxis, destaca la de un octogenario Wundt también de 1913. Su título es dramáticamente «crítico»: Die Psychologie im Kampf ums Dasein (La psicología en la lucha por la existencia). Argumentaba que a los filósofos les movían intereses corporativos y prejuicios antiexperimentales inconfesables. No obstante, estaba por mantener el lugar de la psicología en la filosofía. De lo contrario afrontaría solo problemas irrelevantes. Basaba Wundt su posición también en razones prácticas, pues consideraba que no se había legitimado aún en el sistema educativo. Y que en la universidad sólo se justificaba como parte de la formación filosófica general, que incluía pedagogía, para educadores en su mayoría de niveles secundarios. De ahí concluía que el poder político no sería más generoso con una psicología independiente. Aun reconociendo el creciente interés de la aplicada, aborrecía Wundt la orientación pragmática de los americanos por subordinar la psicología «pura» a la aplicada. Además de buenos experimentadores quería graduados bien formados psicológica y filosóficamente.

No era ésta, sin embargo, la opinión de la gran mayoría de los psicólogos que, conscientes de su situación crítica, se manifestaron por cátedras de psicología independientes en las facultades de filosofía. Su petición no fue escuchada. Las autoridades estatales se negaron porque -también en contra de Wundt- querían una psicología socialmente útil y profesionalmente promisoria, no sólo «pura» (Ash, 1985).

El periodo de entreguerras

La psicología salió bien parada de la primera experiencia bélica mundial. Esto vale para la aplicada, incluso en los países perdedores. Así en la Alemania de Weimar varios institutos universitarios se dotaron de secciones de psicología aplicada, y Escuelas Técnicas Superiores y de Comercio de cátedras de psicotecnia. Y lo mismo es aplicable a la psicología general y experimental. El seguimiento de sus manuales pone de manifiesto el incremento continuado de sus tópicos y contenidos. Aunque también la dificultad para su integración u organización expositiva según criterios internos. Particularismo, dispersión y aparición ininterrumpida de nuevas categorías siguieron caracterizando a la psicología y su comunidad siguió siendo un colectivo con conciencia de crisis. Bentley (1927) lo apunta en un largo artículo del Psychological Review al llamar la atención de algo raro en las ciencias establecidas pero definitorio de la «psicología de hoy»: la honda antítesis ente sus categorías básicas, los puntos de vista opuestos sobre sus objetos fundamentales. El diagnóstico de W. James seguía vigente: en la psicología no existía una sola ley en el sentido de la física ni una proposición de donde derivar conclusiones vía deductiva. Ya se había remitido a él Ch. Spearman cuando en el VII Congreso Internacional de Psicología (1923) afirmaba que ésta no era aún una ciencia, tan sólo una esperanza de serlo.

Pero, sobre todo, los años veinte y parte de los treinta son los de la «lucha de las escuelas», casi todas de origen prebélico. Durante ellos las investigaciones psicológicas transcurren a la sombra de múltiples sistemas y bajo el ruido de sus polémicas. Todos se excluyen entre sí y cada uno pretende ser la psicología. La situación es recogida en numerosas y muy conocidas obras de entonces. Entre otras, Psychologie der Gegenwart (1925) de H. Henning; Psychologies of 1925 (1926), Psychologies of 193O (1930) y A history of psychology in autobiography (1930-36) de C. Murchison; Hauptrichtungen der gegenwärtigen Psychologie (1929) de R. Müller-Freienfels; Contemporary schools of psychology (1931) de R. Woodworth; Hauptströmungen in der neueren Psychologie (1932) de W. O. Doring.; y la famosa Seven psychologies (1933) de E. Heidbreder (Caparrós, 1980).

Fue también un período dorado para la historiografía psicológica con obras H. Hoffding, H. C. Warren, E. G. Boring, J. Mekeen Cattell; G. Murphy, W. B. Pillsbury, F. Fearing, J.C. Flugel, J.S. Moore y W.S. Hulin. La pérdida de futuro como tarea unitaria de los psicólogos habría hecho necesaria la apelación a la historia como respuesta a una situación de crisis de identidad provocada por la lucha de las escuelas.

Reflexión aparte merece la relación entre éstas y la boyante investigación básica y aplicada. Y es que ésta en general tenía poco que ver con las llamadas psicologías, como tampoco la mayoría de los psicólogos se sentían comprometidos con ellas. Y cuando las investigaciones eran «escolares» su relación con el respectivo sistema tampoco era asimilable a lo que ocurría en las ciencias naturales convencionales.

Aquellos sistemas constaban de un lenguaje vagamente empírico y más bien argumentativo, tenían un estilo programático y proporcionaban marcos muy generales. Los experimentos que tenían cabida en ellos eran ilustraciones con pretensiones legitimadoras más que otra cosa. Y esto es igualmente aplicable a los subsistemas conductistas de la primera generación. Todos sabían a antropología filosófica con cierta base científica. Y en los sistemas de origen alemán este sabor era buscado como respuesta consciente a una exigencia de «philosophische Weltanschauung» surgida de un discurso muy arraigado sobre la «crisis de la ciencia». A los efectos atomizantes, despersonalizadores y anticulturales de la ciencia y la tecnología atribuían los poderosos medios conservadores universitarios todos los males de aquella sociedad alemana.

Hasta la Gestalt fue tachada por ellos de «físicalista» y proclive al positivismo. Justo cuando Wertheimer, Koffka y Köhler se habían propuesto la anhelada superación de la oposición «ciencia de la naturaleza vs. ciencia del espíritu». Nunca se cuestionó el principio de totalidad, pero entrados los veinte surgen y surgen psicologías que pretenden corregir defectos y carencias gestaltistas. Son la Gunzheitspsychologie de E. Krüger, la caracterología organicista de E.R. Jaensch y la tipología culturalista de E. Spranger. Desde otras posiciones ideológicas, hasta W. Stern con su personalismo -la personalidad como meta educativa- y K. Bühler con su psicología del lenguaje -éste como crisol de la cultura- quisieron complementar a la Gestalt.

Consecuentes con su tradición, los psicólogos europeos no se contentan, por otra parte, con describir la crisis al estilo de Murchison, Heidbreder o Woodworth. Numerosos escritos muestran que van más allá hacia interpretaciones teóricas. Que fueran numerosas lo revelan los símiles títulos de dos artículos citados por Fritsche (1980) debidos a W. Wirth, el fiel discípulo y colaborador de Wundt: «Zur Widerlegung der Behauptungen von Krisen in der modernen Psychologie» (Refutación de las afirmaciones de crisis en la psicología moderna) (Viertel. Psych. U. Med. 1927) y «Wundtbedeutung in der sogenannten Krise der modernen Psychologie» (Significado de Wundt en la así llamada crisis de la psicología moderna) (Wissenschaft, Beilage der Leipziger Lehrerzeitung, 1932). También revelan el sentido de su interpretación: debido a que el viejo maestro puso los cimientos de una construcción basada en la heterogeneidad, los nuevos enfoques no tienen porqué ser factores críticos que dificulten el desarrollo de la psicología.

Pero entre los teóricos de aquella crisis dos nombres destacan sobre todos: K. Bühler y L. S. Vygotski. El primero, desde 1922 profesor en la universidad de Viena, publica en 1927 Die Krise der Psychologie, de pronto y sostenido impacto. Gran conocedor de la filosofía y de la psicología, incluidos el psicoanálisis, la psicología animal, el funcionalismo, el conductismo y la reflexología, Bühler parte de la constatación de una crisis babélica ya que «jamás se han reunido simultáneamente tantas psicologías como en nuestro tiempo». Vistas las actividades del instituto de psicología experimental dirigido por K. Bühler es fácil comprender su interpretación. Trabajaban allí experinientalistas como E. Brunswik y L. Kardos, psicólogos evolutivos con intereses educativos como Ch. Bühler y H. Hetzer, y otros sociales, dirigidos por P. Lazarsfeld, de orientación tanto general como aplicada. Bühler mismo además de sus estudios sobre el lenguaje se ocupaba de la reflexión teórica. Desde la tolerancia, pues, realizó Bühler su optimista lectura de la crisis, una crisis de «crecimiento» y no de «decadencia». Provocada por un crecimiento «rápidamente acumulado y aún no controlado» de conocimientos y posibilidades metodológicas; un «embarras de richesse», por tanto. Frente a ella propone recuperar el contacto «perdido o relajado» entre las psicologías de EEUU y Europa y de éstas entre sí. Es lo que trata de iniciar en su libro, «una crítica dirigida a superar la crisis», a partir de una apertura metodológica que trascendiendo estrecheces de escuela haga posible el estudio integrado de la vivencia, la conducta, el sentido y la «obra» (es decir, las formas del espíritu objetivo del diltheyniano Spranger). Más aún, Bühler propone un horizonte real a la así pretendida «unidad de la psicología»: su teoría funcional del lenguaje.

Los escritos de Vygotski demuestran también un documentado conocimiento de la psicología. En esto se hallan muy por encima de otros sobre el mismo tema de orientación marxista, como los de G. Politzer en Francia. O de los pasajes críticos que en su proximidad geográfica hizo el gran Pavlov. Revelan a su vez gran información sobre psicofisiología, psicología aplicada y sobre la literatura acerca de la crisis misma. Insistir en sus posiciones marxistas o en las controversias en que se debatía entonces la psicología en la URSS sería incidir en una obviedad. Pero no es sólo la crisis en su país sino la de la psicología universal la que analiza en El significado histórico de la crisis de la psicología (l927) y la que repetidamente reaparece en sus escritos históricos y metodológicos (1924-34). Una simple ojeada al Volumen I de sus Obras Escogidas (1991) lo patentiza. Los apéndices y notas de éstas, así como el relevante trabajo de Riviére (1984) sobre el concepto vygotskiano de crisis nos ahorra el desarrollo de ese análisis.

Vygotski ve también la crisis en la multiplicidad de psicologías. A todas las somete a una crítica radical y se desmarca de soluciones a lo Bühler. Todo lo contrario. La crisis revela la escisión de la psicología entre dos irreconciliables -en el fondo, la científiconatural y la científicoespiritual-; de las que las múltiples escuelas sólo son perspectivas o mescolanzas. Pero también ha hecho posible el paso dialéctico hacia una psicología auténticamente científica. La psicología teleológica-intencional ha de llegar al fin definitivo y al mismo tiempo a la determinista-causal se le ha de dotar de aquello de lo que han carecido las más próximas a sus principios (conductismo, funcionalismo, reflexología, Gestalt, etc.): conceptos histórico-sociales y el materialismo dialéctico como metodología general. Es entonces cuando las ciencias del espíritu carecerán de pseudojustificaciones en el campo de la psicología. Añadamos que Vygotski atribuye a la psicologia aplicada un gran papel en la resolución positiva de la crisis. En contra de lo que consideraba la psicología académica, ve en ella, como «metodólogo», un auténtico protagonismo histórico y el germen del futuro. A través suyo la psicología se había confrontado «con la prueba de la práctica» y a su vez exigido una filosofía de la ciencia y de la práctica capaz de superar la crisis mediante una ruptura dialéctica generadora de una psicología determinista e integradora de todas las dimensiones psíquicas.

Recordemos de pasada que la psicología aplicada, al margen de Vygotski, jugaba su papel en la conciencia de la crisis. Nunca fueron fáciles dentro de la psicología aplicada las relaciones entre investigación y profesión. Y aún más difícil las de la psicología aplicada con la general. Incluso en EEUU los archivos del APA lo testimonian sobradamente. Esto y el hecho de que la aplicada haya sido siempre fecunda tanto en «psicologías» como en carencias teóricas han incidido en aquella conciencia general y no sólo en la conciencia de crisis de la psicología aplicada (Jaeger, 1985).

Iniciados los treinta algo cambia en el panorama. En principio en los países de lengua alemana y arrastrado por ellos poco a poco en casi toda Europa. En 1929 los psicólogos universitarios alemanes se ven abocados a hacer su «declaración»: les ha llegado el turno de quejarse de que las cátedras de filosofía, pretendidamente previstas para ellos, sean ocupadas ahora por filósofos «puros» y pedagogos. Y para su defensa acuden, por vez primera, a la psicología aplicada y a la necesidad de una formación general académica para los psicólogos profesionales. Todo fue inútil. K. Bühler, presidente del XII Kongress der deutschen Gesellschaft für Psychologie (1931), hablaba de crisis de subsistencia y no de crecimiento. Las dificultades presupuestarias y las inculpaciones críticas a la ciencia hacían inviable la práctica de la psicología experimental en aquellas cátedras. La inmediata llegada al poder del nacionalsocialismo decantó definititarnente la crisis.

Es la hora de la práctica identificación de la psicología científica con la norteamericana. Y de la del neoconductismo con su meta programática de construcción teórica según cánones neopositivistas. Este adquiere una posición, ciertamente, hegemónica a final de los treinta, aunque más cualitativa que cuantitativamente. Basta ver el lugar que le otorga Boring en la segunda edición de su Historia de la psicología experimental (1950). Fueron el referente teórico-experimental pero sus esfuerzos no lograron atraer a la mayoría de psicólogos, en general centrados en problemas básicos y aplicados desde actitudes funcionales y ateóricas.

Husband (1934) y Johnson (1932) habían incidido en la crisis de la psicología, disciplina difusa integrada por sectores contrapuestos en todo lo que pudiera ser científicamente relevante. Frente a esto el programa y la seria convicción neoconductistas crearon expectativas de unidad y normalidad disciplinarias. Sin embargo, inmediatamente el programa estalló en programas y más que de teoría psicológica se habló de teorías del aprendizaje. Mediados los cuarenta los propios neoconductistas estaban convencidos de que la unidad de la psicología era tan inalcanzable como vaga la del conductismo. Entre tanto las obras escolares de Heidbreder, Murchison y Woodworth no bajaban en recepción y lectura. Y en 1948 Hilgard y Spence, entre otros y desde dentro, testimoniaban la situación de controversia y fracaso programático del neoconductismo. En definitiva, apenas fueron las expectativas neoconductistas capaces de contener aquella conciencia de crisis de una comunidad tenaz en su compromiso científico pero acompañada también del difuso referente de múltiples escuelas y ahora ya de no menos «teorías del aprendizaje».

La crisis que no ceja

De las no menos y cada vez más. Porque acabada la II Guerra Mundial las escuelas van siendo cosa de un cercano pasado y son las teorías entendidas al modo positivista, aunque de alcance «mini», las protagonistas moleculares de la psicología en crisis (Marx, 1951; Estes, 1954). De teoría y crisis escribe Koch (1951) por entonces: tras la II Guerra Mundial «la psicología ha sufrido una larga y cada vez más intensa crisis», cuyo núcleo se halla «en la insatisfacción con la teoría del inmediato pasado». Las palabras de Koch -apóstata del conductismo, lo ha llamado Pinillos- no cayeron en el vacío. Un año después la misma APA programa un estudio que clarifique el estatus de la psicología como ciencia. Su desarrollo, complicado, no comienza a culminar hasta 1959 con la publicación de los tres primeros volúmenes (Study I) de la gran obra Psychology: A study of science. Tres más (Study II) aparecen en 1962-63, pero nunca lo ha hecho el séptimo, de conjunto y reflexión, previsto por el citado Koch, su editor. Una vez más el panorama ofrecido se caracteriza por el incremento de conocimientos particulares y avances metodológicos, pero también por la multiplicidad de lenguaje, dispersión de esfuerzos y problemas, por el precipitado abandono de líneas de investigación.

Los testimonios de crisis no acaban ahí. En 1963 se celebra el simposium Conductismo y fenomenología: fundamentos contrapuestos de la psicología moderna (Wann, 1964) con participación de Koch, MacLeod, Rogers y Skinner junto con los filósofos N. Malcolm y M. Scriven, donde domina una atmósfera pesimista que invade incluso al futuro de la psicología, a la que se le atribuyen limitaciones propias desconocidas en otras ciencias. En 1967 el respetado J.J. Gibson es taxativo; la psicología está mal fundamentada y sus logros son insignificantes. J.R. Royce edita en 1970 una obra orientada «toward unification in psychology» en cuyo epílogo D. Krech define la psicología como «potpourri» de conocimientos. También en ese año H.H. Kendler, preocupado por la crisis, escribe sobre «la unidad de la psicología» y en 1981 un libro dedicado a «la psicología: una ciencia en conflicto». Joynson (1970; 1976) habla nada menos que del «breakdown» de la psicología moderna. B.B. Wolman (1973) sostiene que ésta más que una sola disciplina es «un océano con sus múltíples corrientes y subcorrientes, mares y golfos, miles de islas y miles de millones de peces». S. Koch (1974) le reconoce rigor y naturaleza empírica a la psicología, pero que sea o pueda llegar a ser una ciencia, como disciplina integrada, lo considera una «ilusión»; más próxima a las ciencias sociales y humanas, por la gran amplitud de su ámbito prefiere hablar de ella como «estudios psicológicos». Leahey (1979) conmemora el centenario de la psicología experimental con un trabajo titulado «century of failure». Como en otros, sostiene la tesis de la crisis permanente. A.W. Staats (1983) vuelve a la clave marítima al referirse a la «psychology´s crisis of desunity»: los psicólogos se ahogan en el mar de sus productos.

Entretanto ha aparecido Current crises of psychology (1978) de G. Westland, obra relevante por su tratamiento amplio y diversificado y por la abundante información que proporciona. Parte del hecho de que «en los años recientes ha habido un número creciente de libros y artículos que proclaman» que la psicología está en crisis, que las cosas no le ruedan bien. No escribe, sin embargo, en singular, porque, según él la literatura menciona muchas crisis diferentes. Hasta ocho revisa Westland: de utilidad, de laboratorio, estadística, científica, filosófica, profesional, ética y de publicaciones. Cuenta con la opinión de muchos psicólogos contrarios al discurso crítico. Y argumenta que, sean acertadas o no las denuncias críticas, es su propia existencia la que le crea un problema real, una situación seria a la psicología.

Por su parte, recuperada en Alemania la psicología experimental ya bien entrados los sesenta pronto vuelve a ser actual uno de sus temas tradicionales: el de la crisis. La incidencia universitaria del 68 parisino y berlinés confirió, además, a esta actualización, un tono sociopolítico que cristalizó en la «kritische Psychologie» encabezada por K. Holzkamp en la Universidad Libre de Berlín. Gummersbach (1985) documenta el retorno del concepto de crisis en general, retorno copiosamente testimoniado en los congresos anuales de la Deutsche Gesellschaft für Psychologie». Así lo señala Gummersbach, cuyo trabajo destaca la crisis de utilidad de la psicología y la necesidad de que la investigación básica no pierda la referencia a los problemas sociales y a la praxis profesional. Y fiel a la tradición alemana sitúa la crisis de la psicología en el contexto de la ciencia, en general, y de las ciencias sociales, en particular.

También Gummersbach señala lo que Westland hace objeto de su análisis sistemático: los múltiples usos del término crisis, en definitiva, el disenso sobre su concepto en el seno de la psicología. Y al hacerlo se hace eco de la amplísima recepción de la obra de Th. S. Kuhn sobre las revoluciones científicas entre los historiadores de la psicología y en general entre los mismos psicólogos en sus frecuentes incursiones autorreflexivas en su propia disciplina. Sorprende en este sentido que el estudio de Westland desconozca prácticamente esa recepción cuando ha sido ella la principal determinante de aquellos usos en las dos últimas décadas. Tanto es así que los psicólogos actuales están hondamente familiarizados más que con la crisis con las crisis de la psicología. Y, por supuesto, con sus revoluciones, sus paradigmas, sus períodos de ciencia normal y de ciencia extraordinaria. Es decir, con toda la red semántica construida por Kuhn para explicar el desarrollo de las ciencias. Algo bien sabido y suficientemente tratado en sus múltiples variantes (Peiró y Salvador, 1987). No obstante, tres tipos de observaciones consideramos pertinente añadír.

En primer lugar, el uso de las categorías kuhnianas en el análisis de la psicología implica, por una parte, restringir la crisis a periodos específicos y limitados del desarrollo de la psicología y, por otra, contraponerlos a otros de actividad investigadora normal y sin conciencia de crisis intercalados entre aquéllos. Desde luego, algo que tiene poco que ver con lo expuesto hasta aquí: que los compromisos y logros científicos de nuestra comunidad a lo largo de su historia han sido tan ininterrumpidos como su conciencia de crisis.

En segundo lugar, el uso corriente que la academia psicológica hace actualmente del término crisis apenas tiene que ver con el significado que le atribuye el mismo Kuhn a pesar de que con frecuencia apele a la autoridad que se le reconoce a éste. Y es que por muy imprecisas que sean las formulaciones de Kuhn, crisis en su sistema es un concepto teórico y revolución un acontecimiento dotado de una estructura definida, cosa que parecen desconocer los psicólogos en sus exposiciones. Ahí están para certificarlo las repetidas proclamas sobre la crisis del conductismo y la correspondiente emergencia revolucionaria del llamado paradigma cognitivo, tan habituales en los tratados de psicología cognitiva y también en las historias de psicología. Pueda hablarse o no de aquella crisis y de esta emergencia, incluso como simultáneas en el tiempo, lo que no está nada claro, sino más bien lo contrario, es que lo realmente acontecido sea categorizable mediante el lenguaje de Kuhn y estructuralmente asimilable a sus revoluciones científicas. Cuando los cognitivistas se refieren a la crisis del conductismo y se autorreconocen como comunidad paradigmática más bien se muestran como lingüísticamente pseudokuhnianos, históricamente imprecisos y metodológicamente acientíficos. Ese discurso suyo parece funcionar como vehículo de intereses: por legitimarse como actores de lo que Kuhn llama ciencia normal y madura. De ahí que lo adecuado sería analizarlo desde la perspectiva de la sociología de la ciencia y del conocimiento. Y es que no es lo mismo en historia servirse de una teoría para explicar lo acontecido antes de su formulación y recepción que para lo acontecido después. Por lo demás, desde siempre y ya antes de Kuhn, los juicios críticos de los psicólogos sobre su disciplina han apuntado con frecuencia a un objetivo similar: reorientarla imponiendo sus propios conceptos como alternativa a lo que se presume y pretende viejo y caduco.

No creemos, y ésta es nuestra tercera consideración, que sea ajena a este uso legitimador y pragmático del lenguaje kuhniano la proliferación de ámbitos y disciplinas psicológicas a las que se les ha atribuido crisis recientes en los últimos veinte años. Ya no sería la psicología, sino la psicología social, la diferencial, la educativa, el psicodiagnóstico y tantas otras las que están en crisis. El efecto es paradójico. La psicología se transmuta así en un paisaje inquietante de trazos fuertes y amalgamados donde cada uno da cobijo por su cuenta a una disciplina científica pretendidamente normal y madura. Es decir, una versión actual del particularismo, del fraccionamiento, de los rasgos críticos de siempre, en definitiva. Sólo que ahora no se trata ni de escuelas ni de teorías sino de paradigmas, con lo que el término connota de madurez científica. Esta es la paradoja: los paradigmas proclaman la crisis de sus alternativas, pero ellos mismos crean un estado general de crisis. Las comunidades pretendidamente paradigmáticas carecen en cierto modo de conciencia de crisis, y así toca que sea, pero a quienes miran, y los hay, a la psicología, esa conciencia se les impone. Sobra insistir en lo que está actual y sobradamente testimoniado. Hay más. En cierto modo, lo acabamos de escribir. Y es que aunque hablar de crisis no toque en esas comunidades presuntamente paradigmáticas, no por eso faltan voces en ellas que atribuyen a los resultados de su investigación rasgos tradicionalmente conocidos como críticos. También en esto el cognitivismo actual es paradigmático. Particularismo, fraccionamiento, discontinuidad, dispersión son características a menudo autorreconocidas. Y no sólo porque últimamente hasta la por él denostada tradición conductista se reivindica cognitiva en la medida en que trata problemas cognitivos, sino porque entre quienes tratan de explicar el comportamiento individual y social cognitivamente, los lenguajes, las tradiciones, los talantes, las teorías y los métodos son tan múltiples y diversos como escaso y precario el alcance y la mutua articulación de los numerosos conocimientos resultantes de la boyante investigación que desarrollan.

No hay, pues, coartadas. Hasta quienes hablan hoy de crisis ajenas y se autodenominan científicamente maduros proporcionan sólidos argumentos a quienes, desde el conocimiento de la historia y el análisis de la psicología actual, sostienen la tesis de la crisis permanente. Argumentos que, por otra parte, tienen fuerza para interpelar a quienes prefieren o han preferido hablar de alternancias de periodos críticos y periodos de normalidad. Y, por supuesto, no todo es argumento. Es también conciencia que se impone a quien, paradigmático o no, trata problemas psicológicos, se cree que la psicología existe y se atreve a mirarla.

Conclusiones

Como cierre de estas páginas añadiremos unas reflexiones a modo de conclusión. Y no, desde luego, para replanteamos ni implícita ni explícitamente lo que a estas alturas sería ocioso y carente de sentido: algo así como si la psicología es o no es una ciencia. Y es que con crisis o sin crisis, sea ésta plural o singular, y sin pretender que todo conocimiento psicológico sea necesariamente científico, damos por sentado que el referente que da identidad a la psicología son unas actividades estrictamente científicas, los resultados de esas actividades y las prácticas profesionales inspiradas en ambas. En principio, pues, y en ese sentido 1a psicología es una ciencia. Pero una ciencia que, ciertamente, desde sus inicios y de forma ininterrumpida ha presentado un rasgo que no se da en las ciencias convencionales y que es característico de ella: la propia conciencia de crisis, la crisis como categoría autoatribuida, la crisis como tema siempre recuperado por los psicólogos frente a los resultados de su actividad. Otro rasgo bien conocido ha caracterizado a la psicología también desde sus inicios: los psicólogos nunca se han conformado con hacer sólo psicología. Siempre se han sentido requeridos a realizar una tarea añadida: proclamar que son científicos. Parece razonable suponer que ambos rasgos se hallan hondamente relacionados, quizá como la cara y la cruz de una misma moneda.

En cualquier caso es aquél un rasgo que no ha sido suficientemente tematizado y tenido en cuenta por quienes se han -nos hemos- valido de las categorías historiográficas de Kuhn en sus análisis de la psicología y de su historia. Al margen del sentido y valor heurístico que pueda tener el uso de esas categorías, este uso se habrá de justificar frente al hecho de una conciencia de crisis que siempre se puede hallar en la comunidad psicológica y que de ninguna forma es circunscribible a unos períodos o fases determinadas. No es evidente que pueda hablarse estrictamente de crisis de paradigmas psicológicos. Pero, sea como fuere, a quien mantenga esta tesis le recae la tarea de probar que ese discurso es compatible o consistente con el hecho de que la psicología siempre y en todo momento ha sido una ciencia cuya comunidad se ha reconocido en crisis. En psicología crisis es algo más que un concepto historiográfico cuyo anclaje empírico se reduce a unos estados cíclicos comunitarios.

La crisis de la comunidad psicológica ininterrumpida y ampliamente testimoniada no es, por supuesto, un estado de ánimo que tenga que informar la actividad científica particular de cada psicólogo o grupo de psicólogos. A la mayoría de los psicólogos de hoy y de siempre este discurso les puede resultar ajeno. Y serles auténticamente ajeno. Una conciencia así difícilmente puede emerger de esa actividad particular en sí misma y al margen de la contemplación de sus resultados en sí mismos y en relación con los resultados de la actividad científica de los restantes psicólogos. Y de hecho así ha emergido: desde la contemplación en la distancia de psicólogos que más allá de su actividad han querido mirar al conjunto de los resultados de la suya y de la de sus colegas. Es, en definitiva, el resultado de la reflexión de los psicólogos sobre su propia ciencia.

Es relevante en este sentido la distinción entre producto y proceso que cabe y debe hacerse en ciencia. Superada ya la fase histórica de dominio de los cánones positivistas en la evaluación de la ciencia, ésta ha dejado de ser sólo «la ciencia de los manuales», la ciencia ya hecha, el conjunto de teorías científicas confirmadas, la ciencia como producto. Ciencia es un concepto más abarcante que legitima que el término sea predicable igualmente de la construcción y adquisición del conocimiento, del proceso investigador como tal. Desde esta perspectiva no es en absoluto falsa la conciencia científica de los psicólogos académicos en la medida en que sus investigaciones proceden con un rigor experimental y unas estrategias similares a las de las ciencias más duras. Sin embargo, no todo consiste en proceso por muy controlado que esté por el método, ni esa conciencia se debe proteger con lo que se ha llamado «obsesión metodológica» y evitar así la pregunta de la relevancia de los resultados en sí mismos.

Porque aunque la ciencia no sea sólo producto, también lo es. Y sobre todo porque el rigor y la lógica de los procedimientos no son garantía suficiente de la relevancia y significación científicas de los resultados. Es decir, que una supuesta pertenencia a la misma clase de los comportamientos investigadores de psicólogos, físicos y biólogos moleculares, por ej., no significa que sus productos finales tengan el mismo alcance, fuerza teórica y coherencia sistemática. Es en este ámbito donde la conciencia de crisis encuentra su anclaje empírico. Una conciencia que, ciertamente, no debe cuestionar el estatus científico de la psicología pero que le añade algo propio. Y que al mismo tiempo abre una serie de cuestiones entre las cuales no es la menos relevante la que plantea el sentido internamente científico que haya podido y pueda tener hablar de la psicología en cuanto tal. Cuestión que dejamos abierta y que sólo podríamos cerrar encaminándonos hacia los vericuetos de la historia, la psicología y la sociología de la psicología, de los psicólogos y de sus instituciones.

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Fuente: Anuario de Psicología, Facultat de Psicología, Universitat de Barcelona, 1991, nº 51, 5-20

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